CINCO HORAS CON MARIO


Para proseguir con el Mes de la Mujer, pasamos de Cerdeña a España y de una joven que no sabe qué hacer con su vida a una mujer madura que se desahoga de su frustrada vida de casada ahora que su marido ya no está. Este es el argumento de Cinco horas con Mario del escritor español Miguel Delibes, del cual he analizado varios de sus trabajos en este blog.

La novela está dividida en una esquela sobre el difunto esposo de la protagonista, un prólogo y veintisiete capítulos, que nos cuentan la historia de María del Carmen, una mujer proveniente de una familia pudiente pero casada con Mario, un hombre de extracción social distinta a la suya. Luego de veintitrés años de matrimonio, Mario muere y María del Carmen se queda a cargo del cuerpo en lo que su hijo mayor termina de hacer el papeleo y empieza la velación. Entretanto, ella aprovecha la soledad mientras lee la Biblia de su difunto esposo y citar pasajes subrayados por este para soltar una perorata sobre su matrimonio y lo mucho que le molestaban la personalidad, los ideales y la manera de criar de Mario, es decir, se suelta sobre su frustrada vida de casada después de haber vivido una vida privilegiada y llena de comodidades. Piensen en la cantaleta de Fernanda del Carpio en el capítulo dieciséis de Cien años de soledad cuando se quejaba de su mal matrimonio con Aureliano Segundo y su vida en casa de los Buendia.

María del Carmen «Menchu» Sotillo viuda de Diez es la protagonista y narradora de la novela. Tiene que lidiar con la muerte de su esposo Mario, el sostén familiar, y cuidar de sus cinco hijos. Tiene ideales conservadores en lo que respecta al catolicismo, al rol de la mujer y al de minorías raciales, algo que la hace chocar con los cambios en la década de 1960 como el Concilio Vaticano II, la inmigración y la segunda ola del feminismo.

(…) por más que ahora esté todo revuelto con eso del Concilio, debe meditar en la muerte a toda hora y vivir pensando que ha de morir, pues estaríamos arreglados (p. 44).

No me vengas con filigranas y métetelo en la cabeza, Mario, únicamente el miedo a la perdición eterna es lo que nos frena, que así ha sido siempre y así será, cariño, que ahora parece como que os disgustase que se predique sobre el infierno, que no tendréis la conciencia muy tranquila, creo yo, dichoso Concilio que todo lo está poniendo patas arriba, ya ves, la iglesia de los pobres, que buenos están los pobres, como yo digo, y los que no somos pobres, ¿qué? (p. 44).

Mira, ahí tienes una cosa de la que deberían ocuparse en el Concilio, que todos serán nombres de santos, no digo que no, pero en vez de salir a gresca diaria y con esas colaciones de que los judíos y los protestantes son buenos, que sólo nos faltaba eso, pues revisar el santoral, pero a fondo, sin contemplaciones, este nombre vale y éste no vale, que la gente sepa a qué atenerse en este punto (p. 52).

¿[p]ara qué va a estudiar una mujer, Mario, si puede saberse? ¿Qué saca en limpio con ello, dime? Hacerse un marimacho, ni más ni menos, que una chica universitaria es una chica sin femineidad, no le des más vueltas, que para mí una chica que estudia es una chica sin sexy, no es lo suyo, vaya, convéncete (p. 44).

Y así nos crece el pelo, que te pones a ver y hasta los negros de África quieren ya darnos lecciones cuando no son más que caníbales, por más que tú vengas con que no les enseñamos otra cosa, que mira papá qué bien enfocó el problema por la tele la otra noche, había que oír a Valen (p. 52).

 

Al ser una mujer de alta cuna, María del Carmen siempre consideró que ella merecía una mejor vida que ser simplemente ser la esposa de un catedrático aspirante a escritor y a editor. Siempre buscó que Mario tuviese más ambiciones, solo para chocarse con la realidad de que su esposo es un hombre con una visión más idealista que ella del mundo que lo rodea y que está conforme con lo que tiene. Esto hace que durante toda la novela, María del Carmen se la pase reprochando a su difunto toda su conducta en vida, su falta de ambición y que a ella le gustaba José, el hermano de él.

Una de las cosas con las que María del Carmen más chocó con Mario fue la educación de sus hijos. Ella quería criarlos para que fueran apegados a las tradiciones católicas y sociales, libres de la influencia de Vaticano II. Mario, por su parte, logró que ellos se criaran con una mente crítica, intelectual y que sigan sus propios deseos en lugar de los de sus padres. Esto hizo que María del Carmen se resentiría porque ella sintió que su autoridad como madre fue socavada a manos de Mario, sintiendo aún más desprecio por su esposo.

Para María del Carmen, los cambios son siempre algo negativo. No ve bien que un hijo no siga las costumbres, como no llevar luto por la muerte; o que vaya a la universidad y menos aún si es una mujer. En su mente, no llevar luto es una falta de respeto, la universidad solo forma comunistas o le quita la feminidad a la mujer. Ella prefiere que sus hijos sigan sus órdenes mientras vivan bajo su techo y que se sometan a su voluntad. Tampoco tiene un gran aprecio por los intelectuales y los pobres, demostrando un enorme desprecio por el intelecto y la pobreza. En resumen, para María del Carmen lo único bueno es lo que sea católico, que sigas las tradiciones, que no tenga ninguna relación con la intelectualidad y que esté en comunión con las clases media y alta. Sí, María del Carmen es intolerante, misógina y clasista. Sin embargo, esto no quiere decir que una persona mala; simplemente es alguien reacia a los cambios.

Mario Diez Collado fue el esposo de María del Carmen. Fue catedrático, dueño del periódico El Correo y un reconocido filántropo. Mario ejerce esto último con tanto ahínco que incluso no posee un vehículo prefiriendo en su lugar usar una bicicleta, para desprecio de su esposa. Busca inculcar en sus cinco hijos principios morales y comunitarios; de esta forma, pensando en que sus hijos sean personas desinteresadas, con consciencia social y dispuestos a adaptarse a los tiempos cambiantes. Por eso quiere que todos sus hijos, varones y mujeres, se beneficien del acceso a la educación superior. Mario es un hombre creyente pero que considera que la Biblia tiene un propósito social, como se demuestra en los pasajes subrayados de la misma que María del Carmen cita en cada capítulo.

Es obvio que el punto de vista de Mario no es visto con buenos ojos con María del Carmen, amante del lujo y que rechaza cualquier tipo de cambio. A pesar de la falta de aprecio por ella, para sus hijos y sus amigos Mario Diez Collado dejó un legado imborrable a lo largo de sus 48 años de vida.

Mario Diez Sotillo o Mario hijo es el hijo mayor de Mario y María del Carmen y asiste a la universidad. Se podría decir que la viva imagen de su padre, por lo menos en lo que respecta a personalidad, pues tiene que la misma visión liberal e idealista de su padre, al punto de no llevar luto por la muerte de él, algo que María del Carmen ve como irrespetuoso y quiere meterlo en cintura para que él siga sus reglas ahora que Mario ya no vive, como persuadirlo para que deje los estudios. Sin embargo, cuando él reaparece luego de dejar a su madre sola con el cadáver de su padre, llega con un tono reflexivo sobre los tiempos cambiantes y cómo las ideas que antes parecían buenas, ya no lo son, algo que asusta a su madre, pues deja claro que, a pesar de sus intenciones, su hijo no cambiará de parecer.

María del Carmen «Menchu» Diez Sotillo es la mayor de las dos hijas del matrimonio Diez Sotillo. Se da a entender que tiene ideas un poco más avanzadas sobre las mujeres que su madre como se sobreentiende de su deseo de ir a la universidad. Sin embargo, no tiene el carácter para imponer sus instintos pues su madre la persuade de estudiar para que se concentre en su rol tradicional, aunque ella está más dispuesta a hacer quehaceres del hogar, algo que a su madre no le agrada porque, en su visión, una dama no debería degradarse a hacer esas labores. En el momento de la muerte de su padre, Menchu sigue soltera.

Álvaro es el tercer hijo de los Diez Sotillo. No se sabe mucho de él, pero las pocas descripciones que María del Carmen hace sobre su hijo dan a entender que él tiene tendencias pirómanas.

Borja es el cuarto hijo y el menor de los hijos varones de María del Carmen. Con seis años, se comporta un poco como el niño que es, ya que no le gusta mucho ir al colegio, por lo que ve en la muerte de su padre una excusa para no asistir a clases, llegando a decir que ojalá su padre muriera todos los días para no seguir yendo al colegio. Por supuesto, María del Carmen reacciona ante esa insolencia con castigo corporal. Para ella, si a un niño de esa edad no se lo empieza a corregir, será un desastre.

Cuando Borja nació, Mario quería convertir al niño en un intelectual desde la cuna, algo que se entiende de manera explícita porque el padre ponía al pequeño a escuchar la 5ª sinfonía de Beethoven. Esto aterra a María del Carmen, que ve a los intelectuales como gente problemática y que cuando no son comunistas, son protestantes, una vez demostrando su desprecio por todo lo que no sea tradicionalista. Al morir Mario, es obvio que el niño será educado por su madre de manera que no sea como su padre.

María Aránzazu «Aran» Diez Sotillo es la hija menor de María del Carmen. Con tres años de edad, su madre considera que es muy baja para su edad, lo cual le recuerda a su cuñada Charo, a la que no aprecia demasiado. La preocupación de María del Carmen por la estatura de su pequeña hija en lugar de por su salud física y emocional muestra que le importan más las apariencias más que el bienestar de Aran, pues asume que con esa estatura jamás encontrará esposo.

Encarna es la concuñada de María del Carmen, viuda del hermano de Mario. Es una mujer por la que María del Carmen siente muchos celos y resentimiento porque considera que la cercanía entre ella y Mario era porque pensaba que Encarna y él eran amantes. Sin embargo, siendo Mario un hombre interesado en su cátedra, en su periódico y en la filantropía no parece alguien que tenga una amante. Además el soliloquio de María del Carmen muestra que Mario no aprovechaba las oportunidades para engañar a su esposa, algo que ella no se cree.

La novela muestra cómo un ama de casa que enviuda después de veintitrés años de matrimonio va soltando toda la frustración acumulada durante todo ese tiempo, como lo demuestra ese soliloquio por veintisiete capítulos. Para María del Carmen, la muerte de su esposo representa el final de toda esa ira y esa frustración contra su esposo que a sus ojos no era el hombre ambicioso que ella quería que fuera. Incluso ella se mostró decepcionada de su propuesta de matrimonio, lo cual le hace preguntarse el lector por qué María del Carmen siquiera se casó con él.

Pero María del Carmen no solo está frustrada ante la pérdida de la cuna de oro en la que nació sino también en la manera cómo sus hijos han sido criados. Ella considera que la manera de ser de Mario fomenta el alejamiento de las costumbres y la falta de respeto a los progenitores, algo que presencia con Mario hijo, con Álvaro y con Borja. Al primero le molesta que sea idéntico a su padre en personalidad; el segundo, por sus tendencias pirómanas y al tercero le golpea por decir que quiere que su padre muera todos los días. Al mismo tiempo, quiere que sus hijas sigan el rol femenino que se les asigna, por lo que se opone a que vayan a la universidad para que no pierdan la feminidad.

Con Menchu logró que ella dejase sus expectativas de ser profesional y que se concentre en que se consiga un hombre y se case, tal como la señora Hargrave de La inquilina de Wildfell Hall. En cuanto a Aran, hay que tener que la niña solo tiene tres años, por lo que ella podría moldearla a su imagen y semejanza, es decir, para que sigas sus pasos. Eso si Aran crece hasta tener una estatura promedio.

La negativa de María del Carmen a aceptar los cambios puede deberse a su crianza privilegiada, que le da cierta necesidad de que todo siga como siempre. Sin embargo, la historia se desarrolla a mediados de la década de 1960, época del llamado milagro económico español, la aparición de los tecnócratas y el cada vez mayor fortalecimiento de la oposición de izquierda. Además, cabe destacar que días antes de la muerte de Mario, la ley 14 de 1966, que permitía una mayor libertad de expresión, se acababa de promulgar. Si bien esta ley no significó una libertad de prensa completa, logró que muchas personas críticas del franquismo pudieran dar a conocer sus opiniones sin censura o persecución, tal como se ve en El Correo, periódico de Mario. Este quería más apertura en su diario, algo que a su socio Antonio le da un poco de miedo.

Todo ello hizo que muchos españoles se dieran cuenta de que había más cosas aparte del franquismo. Por supuesto, Mario y Mario hijo pertenecen al grupo de intelectuales de izquierda, que querían cambios sociales en su país y que estaban dispuestos a aceptar los que ya estaban ocurriendo.

Como es obvio, estos cambios en España también significaron que muchas personas que prosperaron durante el franquismo o que se identificaban con este sintieran que la vida que conocieron estuviera en peligro de desaparición, tal como lo piensa María del Carmen. Ella cree que si se abandonan las tradiciones, el país y la sociedad cambiarán para mal. Por eso, no quiere que sus hijos, en especial sus hijas, vayan a la universidad, lugar de rojos y destructor de feminidad según su lógica.

Para desgracia de ella, los cambios en España apenas comenzaban puesto que la historia se encontraba ad portas del tardofranquismo, periodo en el que ya era evidente que el franquismo no sobreviviría a la muerte de Franco y, por ende, el comienzo de la Transición. Además, considerando las edades de sus dos hijos menores, Borja y Aran, en 1966 y la que tendrían en 1975 es muy posible que ambos se beneficiaran de los cambios durante la Transición. Por ello, si para María del Carmen la década de 1960 le es terrible, la que sigue será aterradora para ella y será mucho más difícil y doloroso aceptar que el mundo como lo conoce ya no será el mismo.

Es inevitable comparar a María del Carmen con otras mujeres de la obra de Miguel Delibes, en particular con Adela Martínez de Rubes de Mi idolatrado hijo Sisí y Ana de Señora de rojo sobre fondo gris. La comparo con ellas dos pues las tres son mujeres casadas y madres de familia.

Adela es una esposa ninguneada por su esposo a la que se la ha quitado la autoridad para disciplinar a su único hijo, a pesar de que ella sí quería evitar una educación indulgente para Sisí porque sabe que eso será perjudicial para él a largo plazo. Al no encontrar el aprecio de su esposo y perder cualquier esperanza en disciplinar a su hijo, se vuelca en la religión y la caridad, logrando el respeto que nunca ha conseguido en su hogar. Aunque eventualmente pierde a su hijo, espera que su alma logre encontrar el perdón por todo el joven hizo en vida.

María del Carmen es totalmente igual y a la vez diferente de Adela. No tiene tanto poder de decisión en la educación de sus hijos pero, a diferencia de Sisí, los hermanos Diez Sotillo carecen de la actitud egocéntrica y libertina que tiene el hijo de Adela. En ese sentido se nota que, como padre, Mario disciplina a sus hijos como es debido y los educa con valores morales y comunitarios. Uno pensaría que una mujer de la clase social de María del Carmen se dedicaría a la filantropía como lo hacen su esposo o Adela, pero no así. María del Carmen ve en la caridad una pérdida de tiempo y de recursos. Ella preferiría tener lujos y asistir a eventos sociales en lugar de apoyar a su esposo. Aunque Adela está rodeada de todo lo que desea María del Carmen, no desvive por ello. En ese sentido, María del Carmen tiene un comportamiento más similar al de Sisí que al de Adela.

En cuanto a Ana, no duda en apoyar a sus hijos e interceder por ellos cuando estos se encuentran en peligro como se ve cuando va a la cárcel para ver a su hija de nombre homónimo y al novio de esta a pesar de que Ana se encuentra muy enferma y de que está a punto de someterse a una cirugía que no saldría cómo se esperaba. Apoyar a sus hijos es algo que a María del Carmen ni siquiera consideraría. Para ella, estos tienen que creer en lo que ella cree y no aceptará ningún opinión distinta.

Entre las escasas referencias literarias que tiene la novela, se menciona a Federico García Lorca y María del Carmen dice que antes de casarse leyó La pimpinela escarlata de Emma Orczy y Vendrá por el mar de Concha Linares-Becerra, siendo esta última su favorita. Teniendo en cuenta lo misógina que es María del Carmen, que haya leído dos novelas escritas por mujeres es bastante irónico. Pero sobre todo, Delibes hace un gran uso de la Biblia a empezar cada capítulo con una cita bíblica, de las cuales dejaré a continuación de qué libro proviene. En cuanto a la traducción, Delibes usó la Nácar-Colunga, la primera traducción al español de la Biblia directa y literal del hebreo, arameo y griego aprobada por la Iglesia Católica, excepto en algunos pasajes donde se mezcla con la traducción Reina Valera.

Capítulo I: Proverbios 19:14.

Capítulo II: 1 Timoteo 6:8-10.

Capítulo III: El Cantar de los Cantares 4:9.

Capítulo IV: Deuteronomio 15:7-8.

Capítulo V: Salmo 46:8-9.

Capítulo VI: 1 Juan 3:16-17, 4:20.

Capítulo VII: Isaías 9:5-6.

Capítulo VIII: Deuteronomio 23:15-16.

Capítulo IX: Mateo 22:2.

Capítulo X: Mateo 25:40

Capítulo XI: Cantar de los Cantares 4:1.

Capítulo XII: 1 Timoteo 6:4-5.

Capítulo XIII: Salmo 127:3-5.

Capítulo XIV: Deuteronomio 25:5-6.

Capítulo XV: Cantar de los Cantares 5:7.

Capítulo XVI: Eclesiastés 9:7-9.

Capítulo XVII: Proverbios 9:13-15.

Capítulo XVIII: Ezequiel 24: 16-17.

Capítulo XIX: Lucas 22:44.

Capítulo XX: Efesios 5:3-5.

Capítulo XXI: Salmo 128:2-4.

Capítulo XXII: Proverbios 7:4-5, 25.

Capítulo XXIII: Eclesiastés 7:12.

Capítulo XXIV: Marcos 6:49-50.

Capítulo XXV: Isaías 41:10.

Capítulo XXVI: Isaías 29:11-12.

Capítulo XXVII: Efesios 4:22-23.

 

En resumen, Cinco horas con Mario es la historia de una mujer que desahoga las frustraciones de su matrimonio mal avenido con la muerte de su esposo y que teme que los cambios de su país destruya la vida como ella la conoce, lo que la hace aferrarse e intentar resguardar a los seres queridos que le quedan. Sin embargo, para ella es inevitable que todo cambiará aunque ella no quiera. La manera como reniega de su esposo pero al mismo tiempo que no hubiese hecho nada si ella dice tener el carácter que su esposo nunca tuvo casi me hizo querer dejar de leer esta novela, así que si tu manera de pensar no es la más conservadora, puede que María del Carmen te resulte poco simpática, pero si no te molesta el estilo de un solo párrafo que tienen los veintisiete capítulos al estilo de El otoño del patriarca y La tejedora de coronas, esta novela es para ti.

 

BIBLIOGRAFÍA

Delibes, M. Cinco horas con Mario.

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