LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
Para terminar el Mes de la Mujer, lo haré analizando la novela La inquilina de Wildfell Hall de la escritora británica Anne Brontë, siendo esta su segunda y última novela, siendo publicada en 1848, solo un año antes de su muerte. Por supuesto, La inquilina de Wildfell es parte del reto Pictoline, en este caso, correspondiente a una novela con una protagonista femenina.
La inquilina de Wildfell Hall es una novela que se compone de 53
capítulos, que se publicaron en tres volúmenes en su primera edición. El primer
volumen correspondería a los primeros 19 capítulos, el segundo a los capítulos
entre el 20 y el 37 y el tercero y último, los últimos 16 capítulos. La
historia se desarrolla entre 1827 y 1847, con una narración intermedia entre
1821 y 1827.
Los primeros 19 capítulos nos presenta al granjero Gilbert Markham,
que conoció a una mujer joven llamada Helen que vive con su hijo Arthur y se
dedica a la pintura para subsistir, y que se ha instalado en Wildfell Hall, una
antigua residencia que fue abandonada hace muchos años.
De a poco comienza una relación de amistad con ella y también se
hace amigo del pequeño Arthur, pero empieza a sospechar que ella esconde algo,
lo cual se incrementa más cuando la espía hablando con Frederick March, el
dueño de Wildfell Hall y cree que este último es su amante. Luego de una pelea
en la que Gilbert hace que Frederick salga herido, el primero le reclama a
Helen por su relación con Frederick March. Ante esto, Helen se enoja con
Gilbert por su impulsividad y casi está a punto de no querer volver a verlo,
pero él se muestra arrepentido por su actitud y quiere su perdón, pues no
quiere que la amistad entre ambos se eche a perder.
Para que él pueda entender la situación en la que ella vive, Helen
le da un diario en el que varios de los misterios que ella esconde se responden
con facilidad: en realidad ella es la hermana de Frederick March, a la cual los
lugareños no conocen o no recuerdan porque ella dejó de vivir allí cuando era
pequeña, a raíz de la muerte de la madre de ambos. Desde entonces, fue criada
por su tía materna y el esposo de esta.
Fue viviendo con ellos que conoció al hombre que sería su futuro
esposo: Arthur Huntingdon, un hombre libertino y pícaro que hace todo lo
posible para atraer su atención. A pesar de que no le gusta su falta de respeto
ante su creencia en Dios y su gusto por la bebida, no tarda en enamorarse de él
y decide pedir la aprobación de sus tíos y la también de su padre por escrito,
al cual no ha visto en mucho tiempo.
Entre los capítulos 20 y 37 Helen menciona su boda con Arthur
Huntingdon y cómo las expectativas que ella tenía sobre su matrimonio son
derribadas al ver como él mantiene su comportamiento autodestructivo. No solo
eso, desea que ella le atienda como, según su visión, debería hacerlo una
esposa, dedicarse solo a él y a nada más, a pesar de que ambos se han
convertido en padres de un niño, Arthur, y eso quiere decir que Helen debe
dedicarle tiempo a su hijo también.
Con el tiempo, los celos de Huntingdon1 ceden a medida que
Arthur crece, pero también su deseo de convertirlo en un caballero, lo que
significa que también le inculca sus hábitos perniciosos, como el abuso del
alcohol y decir malas palabras, lo que llena a tristeza a Helen. Para colmo, el
señor Hargrave la acosa al punto de que ella se le entrega a lo cual, por
supuesto, se niega y debe lidiar con el hecho de que Huntingdon nunca la amó y
que la engaña con Lady Lowborough. Pero
es el comportamiento de Huntingdon hacia Arthur lo que finalmente es demasiado
para Helen y decide abandonarlo.
Los últimos 16 capítulos Helen narra cómo su primer plan de escape
falló, pero que eso lejos de intimidarla la hace más resuelta a abandonar su
hogar. Con la ayuda de Frederick y de Rachel, su nana de toda la vida, Rachel
finalmente huye a Wildfell Hall y gracias a Frederick recupera su posibilidad
de tener un modus vivendi, el cual Huntingdon
le había quitado al frustrar su primer plan. Sin embargo, un evento inesperado
hace que Helen deba volver al lado de Huntingdon a pesar de que le admite sus
sentimientos a Gilbert. Sin embargo, eso no significa que ella y Gilbert
estarán separados para siempre.
Como pueden ver, los personajes principales son Helen, Gilbert
Markham, Arthur Huntingdon y el pequeño Arthur. Además, tiene una gran cuota de
personajes secundarios y los cuales tienen sus momentos para brillar, entre los
cuales se destacan el señor Hargrave, sus hermanas Millicent y Esther, el señor
Frederick Lawrence, Lord Lowborough, Lady Lowborough, el señor Hattersey, los
Maxwell y Rachel.
Helen es la homónima inquilina de Wildfell Hall. Allí vive con su
pequeño hijo, Arthur, al que quiere y cuida mucho, al punto de no permitirle
beber nada de alcohol. Esto hace que muchos la consideren brusca y extraña. Por
supuesto, su negativa a que su hijo pruebe alcohol es algo que la hace entrar
en conflicto con la señora Markham, que considera que al hombre se le debe
complacer y aceptar cualquier capricho, lo que incluye el consumo de alcohol.
Para sobrevivir, Helen pinta cuadros y los pocos cuartos accesibles de la casa
poseen varios cuadros hechos por ella. Al mismo tiempo, ella se niega a dar
detalles sobre su vida anterior, algo que le genera sospechas a Gilbert cuando
este descubre un cuadro de un hombre.
Luego de una discusión que tuvo con Gilbert Markham, ella le da un
diario en el que revela todo su pasado y su verdadero nombre: Helen Lawrence
Huntingdon, siendo la hermana menor de Frederick Lawrence, el propietario de
Wildfell Hall, a cual muchos no recordaban pues siendo muy pequeña su madre
murió y su padre la envió a vivir con los Maxwell, sus tíos. Está casada con
Arthur Huntingdon, un hombre libertino, egocéntrico y machista, que desea que
ella sea sumisa a él y acepte todos sus malos hábitos y ella erróneamente
pensaba que podría ayudar a dejar sus vicios si se casaba con él.
La creencia de Helen en Dios y en el universalismo le permiten
soportar durante un buen tiempo hasta que se da cuenta de que tiene que
proteger a su pequeño hijo de la tóxica crianza de su padre y huye junto al
pequeño Arthur hasta Wildfell Hall, la residencia de su difunto padre, que ha
estado deshabitada tras la muerte de este. Allí adopta el alias de Helen
Graham, siendo Graham el apellido de soltera de su madre.
A pesar de todo, Helen nunca deja de creer en Dios y en pensar que
una persona puede redimirse algún día a los ojos de Dios. Ella cree que todos
los seres humanos tienen derecho a la salvación, incluso los pecadores, y que
cuando estos acepten sus errores, podrán reestablecer su relación con Dios.
Para ella, Dios no es un ser supremo que condena a quien no sigue sus
enseñanzas, sino que es un Dios de amor y paciencia, que ama a todos los
humanos por igual.
Además de ser una mujer piadosa, Helen también es considera que la
mujer no debe ser educada para someterse a la voluntad de su marido sino para
ser su complemento, para que este la ama y la respete. Desde su punto de vista,
la mujer tiene derecho a expresar sus pensamientos y sus sentimientos y de
ninguna manera debe ocultarlos ni reprimirlos, otra razón por la que Gilbert se
enamora de ella. A eso se le añade que es una buena amiga y una gran consejera.
Gilbert Markham es el vecino de Helen, dueño de la granja Linden
Car. Vive con su madre viuda y sus hermanos Fergus y Rose. No es el típico
interés amoroso cuasi perfecto: es malhumorado, rencoroso, se deja llevar mucho
por los malentendidos y por su ira. Al principio, Helen le parece una persona
hosca y sobreprotectora con su hijo, pero luego de tratarla con frecuencia se
da cuenta de que es una persona culta e inteligente, aunque misteriosa y muy
pronto entiende que ambos tienen bastante en común, como su pensamiento sobre
el comportamiento de un hombre y el de una mujer.
Precisamente, su mal genio es el causante de que su relación con
Helen casi termine justo después de empezar, pues luego de presenciar una
escena entre ella y Frederick March, cree que los dos son amantes y se pelea
con March, algo que hace Helen se moleste por ello pero al ver que él está
arrepentido, ella decide darle un diario, para que él entienda mejor sus
acciones.
Como se mencionó antes y al igual que Helen, Gilbert también
considera que debe haber equidad en el trato hacia hombres y mujeres. Para él,
la mujer no tiene por qué estar obligada a complacer ni mimar a un hombre al
punto de convertirlo en un ser inútil y caprichoso. Bajo el pensamiento de
Gilbert, es más importante que un hombre haga feliz a su esposa y no que ella
lo complazca al punto de descuidarse a sí misma. Como él mismo dice: «preferiría
dar a recibir» (Brontë, p. 46). Él es el narrador principal, al escribirle su
historia y la de Helen a su amigo, A. J. «Jack» Halford, que es un personaje
fantasma, es decir, nunca aparece, pero el cual tiene vínculos con Gilbert, los
cuales mencionados en el Capítulo I.
Arthur Huntingdon, padre es el esposo de Helen. Helen lo conoce
cuando ella va a una fiesta, a la que sus tíos le han dado permiso con el fin
de que encuentre un hombre con el que se case. Él llama su atención con su
ingenio y carisma, aunque tiende a usar humor cruel y le gusta mucho el alcohol
y todo tipo de actividades disolutas, algo que no le gusta a Helen.
Después de que ambos contraen matrimonio, Huntingdon muestra un
comportamiento cada vez más libertino, usa lenguaje vulgar delante de Helen,
ejerce violencia psicológica contra ella y se muestra despótico con los
empleados. Peor aún, se muestra celoso de su hijo de nombre homónimo al ver
como Helen le presta atención al pequeño y lo cuida, pues considera que ella
solo debe atender y prestar atención a él y a nadie más, demostrando su lado
egocéntrico. Además, prefiere viajar a Londres para sumergirse en su desordenado
estilo de vida que estar al lado de Helen. Más tarde, nos enteramos de que
nunca dejó de frecuentar a Lady Lowborough
y que nunca amó a Helen, por lo que no tarda en echárselo en cara siempre que
puede.
Más tarde, cuando Arthur crece, Huntingdon quiere educarlo para que
sea un «caballero» y por ello le enseña a beber alcohol, a decir malas palabras
y a faltarle al respeto, algo que llena de dolor a Helen al ver como Huntingdon
estropea sus intentos de educarlo para sea una persona virtuosa.
A pesar de que no ama a Helen, Arthur rechaza cualquier pedido de
separación porque a pesar de que su matrimonio ya no funciona, a él horroriza
más el qué dirán e intenta manipular a Helen al decir que ella estaría en peor
posición. Por supuesto, ella no se lo cree y trata mantenerse fiel a sus
creencias religiosas hasta que ella finalmente logra dejarlo a pesar de que él
destruye sus materiales de trabajo con los que ella pensaba mantenerse.
No se vuelve a saber nada de Huntingdon hasta que sufre una
fractura en su pierna tras caerse de su caballo y Helen regresa a Grassdale
Manor para cuidarlo. A pesar de que sigue sin aceptar sus errores, Huntingdon
teme al juicio de Dios y quiere que Helen interceda por él, a lo que Helen solo
busca que él acepte su responsabilidad y que Dios no es un ser de castigo, sino
de perdón y redención. Cuando parecía que se recuperaría, Huntingdon cede de
nuevo a sus vicios y a su autocomplacencia, por lo que entra en un punto sin
retorno en el que solo puede esperar su inminente fin y rogarle a Helen que
interceda por él para su salvación, a lo que ella se asegura que no es posible
porque de acuerdo con ella:
Ningún hombre puede liberar a su hermano, ni
hacer por él un acuerdo con Dios: costó más redimir sus almas; costó la sangre
de un Dios encarnado, perfecto y sin mancha en Sí mismo, para redimirnos del
cautiverio del maligno: deja que Él interceda por ti (Brontë, p. 354).
A pesar de lo que dice de Helen, Huntingdon no lograr aceptar sus
palabras por su incapacidad de aceptar sus errores y su falta de autodominio.
Ante lo inminente de su muerte sigue insistiéndole a Helen que no lo abandone. De
hecho, sus últimas palabras son hacia a ella: «Ruega por mí, Helen. No me dejes»
(Brontë, p. 354).
Arthur Huntingdon, hijo, o simplemente Arthur, es el hijo de Helen.
Desde su nacimiento, su madre se mostró cariñosa en contraste con los
inexplicables celos de Huntingdon, que considera que Helen debería prestarle
más atención a él que al recién nacido.
Más tarde, cuando el niño crece, Huntingdon deja de sentir celos de
él y empieza a educarlo para que sea como él. Pronto, Arthur se vuelve adicto
al alcohol y usa lenguaje vulgar, incluso delante de su madre, lo que hace que
esta se desilusione. Cuando el niño ve que su madre no está feliz con su
comportamiento, le dice que su madre que quiere ver feliz. Esto le da motivos a
Helen para abandonar a Huntingdon, pero sabe que también debe buscar la forma
de quitarle los vicios al pequeño para deshacer todo lo que su padre le ha
inculcado. Por ello, Helen le enseña a no usar lenguaje vulgar, además de un
método drástico pero efectivo para que su hijo deje de beber alcohol e incluso
desarrolle aversión a él.
Cuando su madre por fin logra retirar todo rastro de los hábitos
que su padre le transmitió, Arthur se muestra como un niño obediente, cariñoso
y atento para con los demás. Al llegar a Wildfell Hall, se convierte en amigo de
Gilbert y del perro de este. La inusual educación que Helen le da a Arthur y el
no permitir beber alcohol hace que la señora Markham la considere
sobreprotectora y que no le está dando la educación que un hijo varón debería
tener.
Para hablar de los personajes secundarios, sería bueno
clasificarlos por grupos familiares o sociales. Con ello en mente, estos estarían
entre las distintas familias y los compañeros de parranda de Huntingdon.
Empezaré con los Hargrave, que viven en el Grove, la residencia
familiar. Se compone de cuatro miembros: la madre y sus tres hijos, Walter,
Millicent y Esther. La señora Hargrave solo tiene ojos para Walter mientras que
solo desea que sus hijas se casen lo más pronto posible, pues para ella una
hija soltera no es más que una carga económica.
Es evidente que para nuestros días un pensamiento como el de la
señora Hargrave resulte chocante, pero hay que mirarlo desde la perspectiva de
la época. Las propiedades de la aristocracia terrateniente inglesa (gentry) por lo general estaban
vinculadas por línea masculina, a menos que las clausulas especificaran que una
mujer podía heredarla si su padre no tenía prole masculina. La propiedad podía
pasar a la familia de su esposo si ella se casaba o podía designar un sucesor
en caso de que se mantuviera soltera.
Si un hombre heredaba la propiedad tenía la potestad de decidir el
destino de las mujeres que vivían allí, independientemente de si ellas tuviesen
vínculos familiares con él o no. Es evidente que esto podía significar la
pérdida de ingresos económicos y de vivienda para ellas. Recuerden que los
argumentos de las novelas de Jane Austen como Orgullo y prejuicio y Sentido y
sensibilidad surgen por la vinculación masculina de las propiedades familiares,
que dejaba a las Bennett y a las Dashwood respectivamente en una situación
precaria.
Volviendo a la familia Hargrave, el dueño de El Grove no es otro que
el único hijo varón, Walter, que aún no estaba casado. La señora Hargrave sabía
que cuando su hijo se casara, ellas estarían a merced de la esposa y cualquier
descendiente que tuviesen. Está claro que tenía el temor de perder un lugar
donde vivir, por lo que ella consideraba que sus dos hijas, Millicent y Esher, debían
casarse tan rápido como pudieran para que ellas no fueran una carga económica,
al igual que la señora Bennett. Sin embargo y a diferencia de la señora
Dashwood, a la señora Hargrave no le interesa que sus hijas se casen por amor.
Lo único que le importa es que se casen con los primeros hombres que pidan su
mano y que demuestren suficiente riqueza como para mantenerlas.
Hablando de su hijo Walter, cuando conoce a Helen y ve la
infelicidad de su matrimonio, intenta ganarse su amistad, jactándose de ser
moderado con el alcohol y un hombre moral a diferencia de Huntingdon. Es obvio
que todo ello tiene una intención oculta, pues acosa a Helen para que sea suya,
demostrando que es un hombre intrigante, deshonesto, acechador e incluso
manipulador, pues no duda en decirle a Helen que sin la protección de un hombre
ella no podría valerse por sí misma. Sin embargo, Helen es capaz de ver a
través de su adulación y lo rechaza por completo en frente de Huntingdon sin
titubear incluso cuando él intenta forzarla, por lo que no vuelve a molestar a
Helen. Al final descubrimos que ocurrió con él y básicamente demuestra que no
cambió su manipuladora manera de ser.
Viendo su comportamiento con Helen, es evidente que Walter recibió una
mala crianza por parte de su madre. Posiblemente criado con indulgencia y mimos
excesivos al igual que Huntingdon, Walter Hargrave creció con la idea de que
podía tener lo que quisiera sin importar qué y por ello hizo lo posible para
Helen fuera suya, incluso por la fuerza. Para su desgracia, Helen aprovecha que
Huntingdon los estaba viendo para decirle lo que piensa de él, por lo que
Hargrave nunca más vuelve a molestarla.
En cuanto a Millicent y a Esther, las dos tienen que soportar la
tacañería y la falta de cariño por parte de su madre, que solo las ve como
prospectos maritales. Millicent se casa de manera precipitada con Ralph
Hattersley, uno de los miembros del círculo social de Huntingdon, a instancias
de su madre.
Como puede esperarse, Millicent no es feliz con Ralph y su
alcoholismo la entristece pero ella tiene una personalidad mucho más sumisa y melancólica
que Helen, por lo que se guarda su tristeza para sí misma y para Helen, a la
que escribe sus pesares, además de buscar consuelo en sus dos hijos. Sin
embargo y eventualmente las cosas mejorarían para ella.
Al contrario que Millicent, Esther no es nada sumisa y está más que
decidida a casarse por amor, por lo que no duda en rechazar un pretendiente que
su madre quiere que ella acepte. Viendo los desastrosos matrimonios de Helen y
de Millicent, es de esperarse que ella quiera esperar al hombre correcto, algo
que Helen aprueba y la insta a mantener su voluntad firme. Esther resulta ser
mejor juez al contraer matrimonio que su amiga y su hermana, pues al final se
casa con un hombre bueno y virtuoso y al cual, por supuesto, su madre aprueba
pues él tiene una excelente condición económica.
Lord Lowborough representa un arquetipo sombra para Huntingdon, pues al
igual que este solía ser un borracho, un ludópata y un drogadicto, tres vicios
que lo llevaron a la quiebra. A diferencia de Huntingdon, él reconoce sus
errores y evita exponerse a situaciones que lo puedan tentar, siempre buscando
la manera de no volver a caer en desgracia.
¿Por qué digo que Lord Lowborough
es el arquetipo sombra de Huntingdon? Porque los dos amigos y antiguos
compañeros de parranda llegan a estar en la misma situación al ser hombres
dominados por los vicios y la vida disoluta que tienen. Sin embargo, la deuda
provocada por sus adicciones y el deseo de encontrar una esposa a la que ame
pero que tenga suficiente dinero para pagar sus deudas lo motiva a alejarse de
cualquier vicio, a lo que se mantiene firme a pesar de las burlas de
Huntingdon.
Esto se ejemplificaría aún más con sus respectivos cónyuges. Mientras
que Helen se casa amando a Huntingdon, pero buscando que él deje de lado su
alcoholismo y es una madre amorosa con Arthur, a Annabella solo le importa de Lord Lowborough su título y el ascenso
social que eso significa y es totalmente desapegada hacia sus dos hijos.
Además, mientras que Huntingdon no le da vergüenza decirle a Helen que nunca la
amó y que la engaña, Lord Lowborough
es fiel a su esposa y siente un enorme dolor al darse cuenta de que ella le es
infiel. Sin embargo, lo que lo mantiene a flote luego del inevitable divorcio
son sus hijos, su fe en Dios y su firme deseo de no caer de nuevo en sus adicciones.
Su férrea voluntad lo recompensa al final, por lo que es fácil decir que Lord Lowborough es en lo que Huntingdon
se hubiera convertido si hubiera reconocido sus errores y se hubiera alejado de
sus vicios. Helen le alienta a que siempre podrá seguir con su vida porque para
la sociedad de su tiempo «es un hombre y es libre de hacer lo que le plazca»
(Brontë, p. 270).
Lady Lowborough, de soltera Annabella Wilmot, es la esposa de Lord Lowborough y prima de los Hargrave.
En un principio reticente a aceptar su propuesta de matrimonio, lo hace luego
de que Huntingdon se compromete con Helen y se da a entender que lo hace para
gozar del título, pues esto le brinda un prestigio social que no tenía. Sin
embargo, no tiene ningún problema en engañar a su marido con uno de sus amigos
aun cuando él cree que ella es una mujer maravillosa. Cuando él se da cuenta de
lo que Lady Lowborough es en
realidad, no tiene ningún problema en divorciarse de ella. El destino de Lady Lowborough no es claro, pues nadie
de su familia quiere saber de ella.
Ralph Hattersley es otro de los compañeros de Huntingdon, tanto de
cacería como de juerga. No tiene ningún problema en pedir la mano de Millicent
Hargrave a su madre y a su hermano, a lo que ella no puede hacer mucho puesto
que carece de la fortaleza y la franqueza de Helen, algo que no le molesta ya
que él busca una esposa sumisa ante su comportamiento, el cual por supuesto
hace muy infeliz a Millicent, que solo puede expresarle a Helen sus sentimientos.
Cuando él se entera, empieza a reconocer sus errores y quiere ser un mejor
esposo para Millicent. Para su fortuna, demuestra tener fuerza de voluntad y
autodominio, lo que le permite seguir sobrio.
Al igual que Lord
Lowborough, Ralph Hattersley es un arquetipo sombra para Huntingdon, pues este
último representa en lo que Ralph se hubiera convertido si hubiera continuado
por el camino del vicio. En la tercera parte se entiende mejor el porqué.
El señor Grimsby es otro de los compañeros de Huntingdon. Es el
menos importante de ellos al no estar casado con alguien del círculo de
Huntingdon o de Helen, excepto cuando quiso difundir rumores sobre esta última porque
le desagrada su personalidad piadosa o cuando encubrió la infidelidad de
Huntingdon, puesto que es el más misógino de los cuatro hombres. Se revela que
tuvo un mal final.
Los Maxwell son los tíos de Helen, que la han criado desde pequeña
tras la muerte de su madre. Se sabe que su tía Margaret «Peggy» es la parienta
de sangre pero no está claro si es tía paterna o materna, aunque debo suponer
que es esto último. La pareja considera a Helen casi una hija y de hecho la
señora es la única que se dio cuenta de lo incorregible que era Huntingdon y le
pide sin éxito a su sobrina que no se case con él.
Rachel es la nana de Helen que la ha cuidado desde que era niña. Es
una mujer con una gran lealtad hacia Helen pues no solo se va a vivir con ella
cuando se casa sino que la ayuda a fugarse de casa, yéndose con ella a Wildfell
Hall.
La señora Markham es la madre de Gilbert, Fergus y Rose. Considera
que una mujer debe atender todo capricho que el hombre tenga, pues según ella,
el hombre tiene que hacer lo que le dé la gana y la mujer debe complacerlo.
Está claro que ella no tiene en cuenta o no le importan los verdaderos deseos
de los demás, tanto en un hombre como una mujer, la cual según su visión, se
conforma con cualquier cosa y quiere inculcar esta forma de pensar en Rose,
algo que a ella no le agrada en lo más mínimo. Para la señora Markham, una
madre o una mujer que no satisface a un hombre en lo mínimo es obstinada o
frívola. Su hijo Gilbert encuentra este tipo de pensamiento perjudicial tanto
para un hombre como para una mujer y ella piensa que las ideas de su hijo son
las típicas ideas tontas de los jóvenes.
Un detalle de la novela, que era común en otras novelas de la época,
es su narración enmarcada, pues empieza con la narración de Gilbert a su amigo
Jack de manera epistolar, pero a partir del capítulo XVI es Helen la que la
narra su historia, la cual dentro de lo que escribe Gilbert. Por supuesto, Anne
Brontë no es la única Brontë que usó este recurso, pues su hermana Emily
también lo empleó en Cumbres borrascosas.
Muchos han considerado que La inquilina de Wildfell Hall es una
novela feminista. Al ser una novela que cuestiona la manera cómo se educa a los
hombres y a las mujeres, es comprensible que sí, es feminista en ese sentido.
Repasaremos algunos pasajes e interacciones entre hombres y mujeres.
La cita del capítulo IV plantea un debate entre si el hombre busca
lo prohibido por naturaleza o puede alejarse de ello. Pero también se plantea
cómo al hombre se le alienta a satisfacer todos los vicios existen mientras que
a la mujer se le enseña a que no debe mirarlos siquiera, algo que Helen
considera hipócrita y no es la única. Tanto Gilbert como su hermana y Esther Hargrave
creen que a los hombres no les debe inculcar una actitud hedonista ni a las
mujeres se las deben enseñar a ser sumisas.
En el capítulo VI vemos la diferencia sobre lo que los hombres y
las mujeres deben hacer entre la señora Markham y su hijo Gilbert. Ella
considera que la mujer está obligada a atender y complacer al hombre, ya sea su
padre, su hermano o su esposo, aunque no lo pida; pero Gilbert cree que el
matrimonio consiste en hacer agradable la existencia entre ambos y que no está
mal que una mujer exprese lo que en verdad quiere y no lo que debe aceptar.
Además, considera que la actitud de su madre fomenta el ocio, la desidia y los
vicios en el hombre.
Lo mismo ocurre cuando Helen y Huntingdon se casa. Él quiere que
esté a su entera disposición y se someta a su voluntad, pero Helen considera
que una mujer debe mantener su propia voluntad y pensamiento, además de que
ella considera que a un hijo se lo debe formar para que sea una persona
virtuosa y no alguien que dedique solo a los placeres, mientras Huntingdon
quiere que su hijo sea como él, sin importarle que ello signifique enseñarle
cosas malas.
Algo similar pasa con Ralph Hattersley y Millicent Hargrave. Ralph
pide la mano de Millicent porque sabe que su personalidad tranquila y sumisa no
pondrá objeción a todo lo que él haga, a diferencia de Helen y Esther, que son
más dadas a decir lo que piensan. Sin embargo, pronto se da cuenta de que
Millicent sufre igual por él al igual que Helen por Huntingdon, y su situación
es peor puesto que ella no expresar sus emociones sino que las reprime, la cual
ha minado su salud física y emocional. Al ver esto, Ralph está determinado a
ser un mejor hombre, esposo y padre para su familia.
Otra muestra de la brecha entre hombres y mujeres que se puede ver está
en el hecho de que Helen se fuga de Grassdale y decide pintar para mantenerse a
sí misma y a su hijo. Para la ley inglesa de aquel entonces, ella nunca será
libre de su esposo pues el Estado no permitía el divorcio y cualquier pintura
que ella hiciera era legalmente de Huntingdon y esto podía hacer con sus pertenencias
lo que él hiciera, lo que lleva a la destrucción de los materiales de trabajo
de Helen en el capítulo XL. Por eso, su cuadro con un rótulo falso es una
analogía de su posición como esposa fugitiva y su falta de libertad mientras
esté vinculada con Huntingdon por matrimonio.
Todo esto es una muestra de cómo la sociedad era y sigue siendo
dura e injusta con la mujer pero que es suave y hasta permisiva con el hombre.
La novela sigue vigente en el sentido de cómo la crianza y la sociedad es
dañina tanto para el hombre como para la mujer. Por lo tanto, La inquilina de
Wildfell Hall es una novela feminista.
Otro tema que se explora aquí es el alcoholismo, que se lo muestra
como una adicción que puede llevar a la ruina del ser humano en todos los
sentidos como se ve con Huntingdon y su círculo de amigos. Los dividiré en dos
dúos: Huntingdon-Grimsby y Lowborough-Hattersley, esto debido a que los
primeros fueron incapaces de dejar su adicción al alcohol mientras que los
otros logran la sobriedad por el bien de sus familias. Tanto Huntingdon como Grimsby
terminan sufriendo las consecuencias de una persona alcohólica que nunca lograr
aceptar su problema.
En cuanto a Lord
Lowborough y Ralph Hattersley, es necesario analizarlos por separado. Lord Lowborough decide volverse sobrio luego
de haber despilfarrado toda su fortuna en sus vicios y ahuyentar a su
prometida, la cual se cansó de su alcoholismo, su adicción al opio y a los
juegos de azar. Se casa con Annabella Wilmot tanto para salir de la quiebra
como porque se enamora de ella y cree que es una mujer buena y virtuosa que lo
ama. Nada más lejos de la realidad. Cuando se entera de su adulterio, pudo
haberse sumergido en la depresión que había estado padeciendo desde su descenso
y casi autodestrucción; sin embargo, su creencia en Dios y sus dos pequeños hijos
lo ayudan a mantener su sobriedad.
En cuanto a Ralph Hattersley, también necesitó de algunos golpes de
realidad para dejar su vicio. Uno de ellos es darse cuenta de que Millicent
sufre por él y por el maltrato emocional al que la somete, siendo sus dos hijos
pequeños lo único que le da alegría en un matrimonio infeliz. Sin embargo, al
entender la infelicidad de Millicent y un evento inesperado lo harían
reconsiderar sobre su vida para ser un ser humano mejor.
Otro tema que se trata en la novela es el universalismo. De acuerdo
con esta doctrina, hay una verdad universal que determina todo y que debe ser admitida
por el ser humano. A esto se le suma el universalismo cristiano, que es más
bien una creencia de reconciliación con Dios, por la cual todos los seres
humanos serán salvos. En el universalismo cristiano, si se considera la idea
del infierno, se piensa en este como un lugar donde los humanos reparan sus
pecados para poder reestablecer su relación con Dios y así alcanzar la
salvación. Para los universalistas cristianos que creen en la existencia del
infierno (no todos creen en ella), el infierno es solo un lugar de paso
temporal purificador, donde los pecadores sufrirán por un breve periodo de tiempo
antes de recibir la salvación eterna.
Helen es una gran partidaria del universalismo cristiano. Fue por
su naturaleza universalista que se casó con Huntingdon y buscó que él
reconociera sus errores hasta el último momento. Huntingdon, por el contrario,
desdeña su fe en dicha filosofía y cree que él está condenado para siempre,
pero que si Helen le acompaña ella intercederá por él cual Gretchen por Fausto
o Solveig por Peer Gynt, llegando incluso a burlarse de ella:
—(…); pero cuando hayas asegurado tu recompensa
y te encuentres a salvo en el Cielo, y yo aullando en el fuego del infierno,
¡no moverás ni un dedo para ayudarme! ¡No, me mirarás con placer, y ni siquiera
mojarás la punta de tu dedo para refrescarme la lengua!
—Si ocurre así, la causa será el gran abismo
que no podré salvar; y si pudiera mirarte con placer en un caso semejante,
sería sólo por la seguridad de que estarías purificándote de tus pecados y
preparándote para disfrutar de la felicidad que sintiera yo. Pero, Arthur,
¿estás decidido a que yo no te encuentre en el Cielo? (Brontë, p. 349).
Este diálogo nos muestra que Helen es una universalista que cree en
la existencia del infierno, pero que para ella es un lugar purificador y no de
sufrimiento, como tradicionalmente se enseña.
Luego de que Huntingdon llega a su punto sin retorno, teme a su
muerte pero sus sentimientos son ambivalentes pues por un lado teme que esté
condenado por todo lo que hizo a Helen pero por el otro piensa que Dios es solo
una idea y no un ser supremo. Para Helen, «Dios es Infinita Sabiduría, y Poder,
y Bondad, y AMOR», pero que si no lo comprende, que piense en Jesús que asumió
la humanidad para ascender al cielo, ya que Él es el único mediador y ningún
otro (Brontë, p. 353-354). Como se puede ver, Helen ve a Dios y a Jesús como
seres de bondad y amor y que la salvación siempre es posible.
Al leer Jane Eyre, Cumbres Borrascosas y ahora La inquilina de
Wildfell Hall, es posible decir que Anne Brontë estaba más influida por la
corriente literaria del Realismo que estaba empezando a tomar furor en aquel
entonces, en contraste con el estilo romántico de Charlotte y Emily. De hecho,
la novela tenía llega a tener un estilo más apegado a la realidad ante la
descripción del descenso al alcoholismo de una persona, algo que las hermanas
vivieron de cerca.
Si bien tanto Anne como sus hermanas tuvieron una vida familiar
tranquila, ellas sabían sobre violencia doméstica a través de las ayudas
espirituales que ofrecía su padre, un ministro anglicano, a varias familias.
Además, ellas fueron testigo del declive de su hermano Bramwell a causa del
alcohol, algo que Anne no dudo en retratar en su novela.
En lo que respecta, La inquilina de Wildfell Hall me sorprendió
bastante por su descripción sobre el alcoholismo, la desigualdad y la violencia
de género y el universalismo. Para mí, es la más filosófica y fuerte de las
novelas de las Brontë que he leído a la fecha y sin duda la que más me ha
gustado y sin duda la recomiendo. Espero que el siguiente año pueda hacer más
lecturas. Gracias y hasta luego.
NOTAS
1 A partir de aquí, me referiré a Arthur Huntingdon, padre como Huntingdon y a Arthur Huntingdon, hijo simplemente como Arthur para evitar confusiones.
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