LA SEÑORITA JULIA


Y pasamos de la milenaria China a la norteña Suecia. Esta semana, analizaré la obra La señorita Julia del escritor sueco August Strindberg. Esta obra se podría decir que es una de las más polémicas que he leído.
Antes de comenzar con el libro, hablaré un poco de su autor, que no es muy conocido en este lado del globo. August Strindberg nació en Estocolmo, la capital de Suecia el 22 de enero de 1849 y murió en la misma ciudad el 14 de mayo de 1912, a la edad de 63 años. Aunque cultivó todos los géneros literarios, es más conocido por sus obras de teatro. Es considerado uno de los precursores del teatro de lo absurdo y el teatro de la crueldad.
Las obras de Strindberg tienen mucha influencia de Sigmund Freud y Charles Darwin. Esto se ve en sus temas recurrentes como sus guerras de sexos que son más psicológicas que activas, llamadas por Strindberg “guerra de cerebros”, y por supuesto, la ley de supervivencia del más apto, en que la que sólo los más fuertes triunfan.
Sus obras también muestran un corte antifeminista pues las mujeres que aparecen en ellas no muestran actitudes liberales y aquellas que las poseen no tienen éxito, demostrando la falta de creencia de Strindberg en la igualdad de género. Debido al trato que suelen tener los personajes femeninos en sus obras, August Strindberg es considerado la antítesis de Henrik Ibsen, el cual era más progresista en cuanto a las cuestiones de la mujer. Como dato curioso, ambos escritores se conocieron y tuvieron una relación cordial pese a las diferencias que tenían sobre el feminismo.
Volviendo a la obra, el estilo de La señorita Julia de hecho hace que sea una de las obras más simples de leer. Sólo tiene una escena y aunque las páginas pueden variar de acuerdo a sus distintas ediciones, el libro no llega a las cien páginas. Es una obra que cualquiera puede leer y analizar en un día.
La obra está compuesta por sólo tres personajes: la señorita Julia, la hija de un conde; Juan, el lacayo y Cristina, la cocinera. Aunque el conde no aparece en escena, sus botas siempre presentes en escena hacen que su presencia espiritual sea más fuerte de lo que en realidad se piensa.

La señorita Julia, que da el nombre a la obra, tuvo una crianza inusual y contradictoria. Siendo hija de un noble local y una mujer de clase humilde, fue educada por su madre para tener sus propias ideas y actitudes, muchas veces mezcladas con la misandria. Por su parte, su padre, lejos de censurarla a ella o a su madre, aceptó y permitió que fuese instruida de dicha manera aun cuando su esposa tenía serios indicios de trastorno mental (problema que su hija heredó) y era evidente que no amaba a su marido, casándose sólo para legalizar su relación con él.
A causa de su educación y a sus veinticinco años Julia se muestra como una mujer que no cree en la brecha entre la aristocracia y la servidumbre, algo que se ve durante una fiesta en la que baila con hombres cuya posición es inferior a la suya y desecha a su prometido, un fiscal de su misma clase social. Por eso, no es sorprendente que ella se interese en Juan y se muestre halagada ante las adulaciones que este le hace.
Sin embargo, detrás de esta faceta liberal se esconde una mente frágil que surge cuando Juan muestra su verdadera forma de ser al no conseguir de Julia lo que él de verdad desea y se lo hace saber mediante el abuso verbal. Destrozada por los comentarios de Juan, que incluso mata al ave mascota que tanto amaba, Julia parece tomar una decisión drástica que sólo se puede deducir al leer la obra.

Julia es el perfecto contraste de Nora Helmer de Casa de muñecas. Mientras Nora se muestra infantil y frívola al principio de la obra y al final es una mujer fuerte y decidida, Julia aparenta tener el mismo carácter pero en realidad es una mujer frágil y perturbada. Y si Nora abandona su hogar para ser una mejor mujer y ser humano, Julia no logra encontrar ese mismo camino y su final es incierto.

Juan es un criado de treinta años. Desprecia ser un criado, poseyendo una personalidad arribista y codiciosa. Su meta es convertirse en el dueño de un hotel en Suiza, algo para lo que se ha instruido al saber francés y haber trabajado en hoteles suizos antes de emplearse en la casa del conde; aunque no sólo desea poseer un hotel sino también un título nobiliario que él cree que puede obtener en una nación con una monarquía más reciente que Suecia. Es obvio que para cumplir su sueño necesita dinero, algo que no tiene, y cree que seducir a Julia y fugándose con ella a Suiza podrá conseguir lo que quiere. En resumen, Juan no ama a Julia; sólo la ve como un trampolín en su camino al éxito.
Juan no sólo es ambicioso, también tiene sentimientos malos e hipócritas. No le molesta seducir a una joven como Julia sólo para lograr sus objetivos y no la considera un ser de valor ni principios, al ver que su carácter en apariencia altivo ante los demás se ablanda ante sus palabras. Por eso cuando ve que por medio de Julia no conseguirá el dinero para financiar su hotel, la insulta y le hace ver que esa igualdad social en la que ella tanto creía no existe y que él prevalecerá sobre ella porque no tiene nada de que avergonzarse y porque es más fuerte, haciéndola pensar en el suicidio. Aunque quiere ser más que un criado no duda en mantener ese perfil cuando está cerca del conde, alguien a quien teme y al que no se atrevería a faltarle el respeto.

Cristina difiere tanto de Julia como de Juan. Ella no cree en la igualdad social, es muy devota, es mayor que los dos (tiene treinta y cinco años) y sabe que su lugar está en la servidumbre. Se conforma con mantenerse en ella, por lo que no entiende las ambiciones de Juan, que no quiere permanecer el resto de su vida como un criado. De la misma forma, tampoco comprende la forma de ser de Julia ni su interés en hombres que no pertenecen a su misma posición. Se da cuenta del engaño de Juan a Julia y que ambos quieren escapar pero evita que esto último ocurra, dando un fuerte golpe a la ya atormentada Julia.
Cristina contrasta con la señora Linde de Casa de muñecas, que casualmente también se llama Cristina. Mientras la Cristina de Casa de muñecas aparece para mostrar la falsedad sobre la que el matrimonio Helmer estaba construido y de manera indirecta contribuye a que Nora empiece a verse como un ser humano igual a cualquiera, la Cristina de La señorita Julia le recuerda su lugar a Julia como la señora de la casa y el de Juan como criado, de esta forma dañando los planes de ambos, y que su riqueza la aleja del reino de Dios, algo que Julia duda e influye en lo que va a hacer al final de la obra.
LA SEÑORITA: ¡Ay, si yo tuviese tu fe! Ay, si yo…
CRISTINA: Sí, claro, pero esa fe sólo se tiene por una gracia especial y Dios no se la concede a todos los mortales…
LA SEÑORITA: ¿A quién se la concede, pues?
CRISTINA: Ahí está, señorita, el gran misterio de la gracia, y Dios no toma en consideración la categoría de las personas, sino que los últimos serán los primeros…
LA SEÑORITA: ¡Pero entonces Él favorece a los últimos…
CRISTINA (continua): … y es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos! ¡Así es, señorita Julia! Y ahora me voy… sola, pero al salir le diré al mozo de cuadra que no deje a nadie llevarse un caballo antes de que venga el señor conde…, ¡eso por si a alguien le apeteciese viajar! ¡Adiós! (Sale.)

LA SEÑORITA: […] ¿Cómo voy a tener yo la culpa de todo? Cargarle culpa a Jesucristo, como hace Cristina…, no, no, soy demasiado orgullosa y demasiado inteligente para hacerlo…, gracias a las enseñanzas de mi padre… Y eso de que los ricos no pueden entrar en el reino de los cielos es mentira. ¡Y en ese caso Cristina, que tiene dinero en la Caja de Ahorros, no podrá entrar! Entonces, ¿quién tiene la culpa? ¿Qué nos importa a nosotros quién tiene la culpa? En todo caso seré yo la que cargue con la responsabilidad, la que sufra las consecuencias…
August Strindberg, La señorita Julia, p. 54-55

Cristina también es parecida a La Poncia, la criada principal de La casa de Bernarda Alba. Además de su posición, ambas tienen el poder de evitar que las cosas se salgan de control para sus amos pero ninguna hace lo posible para impedirlo: Cristina, por su idea de que todos tienen que saber su lugar en la sociedad y La Poncia, porque su palabra no tiene valor alguno para sus patronas.
La señorita Julia no es una obra para todos los gustos. Como dije antes, es la respuesta a Casa de muñecas. Mientras la protagonista de Casa de muñecas antepone su educación como persona a sus deberes como esposa y madre, la señorita Julia es incapaz de asumir o hacer valer la suya y esto la lleva, posiblemente, a un triste destino. Ahora es momento de dejar a Julia.

BIBLIOGRAFIA
Strindberg, A. La señorita Julia. Consultado el 27 de enero de 2017.

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