TRES HERMANAS
Para continuar con el Mes de la mujer, pasamos de Suecia a Rusia. Les
haré unas preguntas: ¿Qué pasaría si nos situáramos en una ciudad de provincia
rusa, en la que no hay muchas posibilidades de sobresalir ni trabajar en nada
que no sea maestro de escuela, funcionario local o cualquier empleo menor? ¿Qué
tal si se estuviera en un matrimonio en el que no se está contento(a)? ¿Qué
pasaría si de repente se instalara una base militar? ¿No cambiaría el ritmo de
la ciudad, que es lento y aburrido? ¿Qué pasaría si quisieras irte de allí pero
no puedes? ¿Qué tal si las protagonistas fueran tres hermanas que se hacen
todas estas preguntas? Eso es precisamente Tres hermanas de Antón Chéjov.
Como la mayoría de las obras de Chéjov, tiene cuatro actos que
poseen grandes diferencias de tiempo. Entre el primer y el segundo acto
trascurren veintiún meses, entre el segundo y el tercero poco más de un año y
entre el tercero y el cuarto y último, unos dos años. En total, el periodo de
tiempo entre los cuatro actos consta de cinco años.
Los protagonistas de Tres hermanas son la familia Prosorov,
consiste en tres hermanas y un hermano: Olga, Masha, Irina –todas con
patronímico Sergueievna– y Andrei Sergueievich1 2, que son hijos de Serguei
Prosorov, un fallecido general de brigada que abandonó Moscú para dirigir una
brigada en una ciudad de provincia. Sin embargo, como estamos en el Mes de la
Mujer, me centraré en las hermanas Prosorova –las protagonistas de la obra– y
en Natalia “Natasha” Ivanovna, esposa de Andrei y cuñada de ellas.
Olga Sergueievna Prosorova, apodada Olia, Oliusha u Olechka, es la
hermana mayor. Al comienzo de la obra tiene veintiocho años y para el final,
treinta y tres. Al principio lleva cuatro años como maestra de escuela y está
resignada a permanecer el resto de su vida como solterona pero este hecho en
realidad no le molesta; al contrario, piensa que le da un sentido de
independencia que no tendría estando casada. Desea que Andrei tenga un empleo
destacado como profesor universitario o científico dado que fue educado para
ello con el consentimiento de su padre, Serguei Prosorov. Sin embargo, Andrei
da al traste con las esperanzas que ella y sus hermanas tenían depositadas en
él. Desea regresar a Moscú, aunque esto nunca ocurre.
Al final de la obra, Olga se convierte en la directora de la
escuela local, cargo al que no quería acceder pero que termina aceptando porque
ya lo considera parte de su destino y es una oportunidad de abandonar un hogar
que ya es no su hogar.
Maria Sergueievna Kuliguina, de soltera Prosorova, llamada Masha en
la obra y también apodada Maschenka, es la segunda hermana. Tiene veintitrés
años al inicio de la obra y al final, cerca de veintiocho. A diferencia de sus
hermanas, tiene mal carácter, algo que la hace entrar en discusiones,
especialmente con su cuñada Natasha, a quien desprecia y a la cual Olga e Irina
no desafían porque a pesar de todo respetan la decisión de su hermano Andrei de
contraer matrimonio con Natasha.
Al principio de Tres hermanas Masha lleva cinco años con el maestro
de escuela Feodor Illich Kuliguin, pero no está conforme con su aburrido y no
tan inteligente esposo, así que lo engaña con uno de los militares, el teniente
coronel Aleksandr Ignatievich Verschinin, que también es casado y tiene diecinueve
años más que ella, romance que se revela cuando ocurre el incendio en el tercer
acto. Cuando el teniente coronel Verschinin y su batería abandonan la ciudad,
regresa con su marido que la acepta de vuelta porque este prefiere mantener la
unión y ella prefiere un matrimonio aburrido a estar con un hombre que nunca se
casará con ella.
Irina Sergueievna Prosorova, apodada Arisha o Arinushka, es la
hermana menor. Al inicio tiene veinte años y al final, unos veinticinco. A
diferencia de sus hermanas, al principio de la obra tiene un espíritu soñador y
romántico pues sueña con regresar algún día a Moscú, de donde salió cuando sólo
tenía nueve años, y conocer allí a un hombre con el que pueda casarse. Muchos
consideran que su carácter iguala a su belleza.
Conforme avanza la obra y a medida que Irina madura, esta parte de su
personalidad desaparece cuando ve que cualquier probabilidad de regresar a
Moscú es nula a causa de la situación económica de la familia, algo que la
obliga a trabajar en una oficina de telégrafos, luego en la delegación de la
ciudad y por último como maestra. Cuando se acerca el final ella decide
escuchar los consejos de Olga y casarse con el teniente primero Nikolai Lvovich,
barón Tusenbach, porque ha estado interesado en ella desde que la vio por
primera vez aunque ella nunca llegue a amarlo. Además en el sentido económico,
el barón Tusenbach es un partido excelente para una joven empobrecida y con una
edad matrimonial avanzada como Irina. Sin embargo, esta posibilidad se destruye
a causa de un ex pretendiente y ella toma el mismo camino de Olga: abandonar la
casa familiar.
Natalia Ivanovna Prosorova, apodada Natasha, es la esposa de
Andrei, de quien adquiere el apellido Prosorov. Es una mujer vulgar, arribista
y dominante. Se desconoce su apellido de soltera, algo intencional, pues Chejov
lo hace para mostrar como a medida que avanza la obra Natasha toma poco a poco
el control de la casa Prosorov hasta que en última instancia absorbe por
completo a su esposo, acaba por decidir sobre todo lo que se debe hacer en casa,
hace que Olga e Irina se vayan y sólo muestra amor a sus hijos y a su amante,
que resulta ser el jefe de Andrei, el cual acaba marchitándose ante el fracaso
de su matrimonio y sólo encuentra consuelo en la lectura, en su violín, en el
alcohol y en el juego, al punto en el último acto apenas habla. Por eso Masha
lo describe como una campana a la que intentan levantar pero que se cae.
Natasha Ivanovna es parecida a Ermolai Alexeievich Lopajin de El jardín de los cerezos no en
carácter sino en la forma como ambos terminan en una alta posición. Ambos
descienden de cuna humilde, de alguna forma relacionándose con la clase alta o
aristocrática, ya sea por matrimonio o por asociación. Al final de la obra,
Natasha y Lopajin son los absolutos ganadores de la trama sobre los demás
personajes, de clase social más elevada.
El tema recurrente en Tres hermanas son las esperanzas perdidas, o
por decirlo de otra forma, los sueños rotos. Mirando a los protagonistas, sus
sueños y esperanzas terminan destruidos. Olga e Irina desean regresar a Moscú
pero están condenadas a que eso nunca suceda; Olga acepta el puesto de
directora, significando que debe quedarse en la ciudad de forma permanente e
Irina se va a otra ciudad a ejercer de maestra y a no casarse. Andrei deseaba
ser científico o profesor universitario y en su lugar está condenado a
permanecer en un matrimonio sin amor, a ser engañado por su esposa y a ser
apenas una silueta del hombre alegre que una vez fue. Masha quiere dejar su
matrimonio con Kuliguin y estar con Verschinin; en vez de eso al final debe
permanecer en su infeliz matrimonio y sabiendo que nunca volverá a ver a Verschinin.
Otro tema menor es la infidelidad, que es tratada a través de Masha
y Natasha. Masha engaña a Kuliguin con el teniente coronel Verschinin, sin importarle
que este último ya esté casado con una mujer que tiene problemas mentales y con
dos hijas; al principio ella ve su romance como una forma de matar el
aburrimiento que le produce su matrimonio pero luego se enamora de verdad de él
–así es, como Anna Sergueievna de La dama del perrito,
también de Chejov–. Por su parte, Natasha se aprovecha de la falta de carácter
de Andrei para hacer con su vida y con el manejo de la casa lo que le venga en
gana al punto de engañarlo con su propio jefe.
Como muchos saben, hasta ahora la literatura rusa me causado
decepción. Las obras anteriores que leí de Chéjov –El jardín de los cerezos y
La dama del perrito– me han parecido lentas en ritmo aunque a su contenido no
le falta encanto. Por su parte, La nariz de Nikolai Gogol es un
cuento que no está mal pero he leído mejores. Sólo Guerra y paz de Lev Tolstói y
Nosotros de Yevgueni Zamiatin llenaron
mis expectativas pese a ser extensas o complejas.
Por desgracia, cuando lee Tres hermanas uno no sabe si deprimirse o
irritarse debido a su contenido pesimista. Aunque su ritmo es un poco menos
lento que El jardín de los cerezos o La dama del perrito, uno siente que pierde
el tiempo leyendo líneas que a veces no tienen nada que ver con la trama y que le
restan importancia a las que si dan pistas sobre la forma de actuar o de pensar
de los personajes. No es un libro que recomendaría para alguien que empieza a
leer literatura rusa o para alguien que está deprimido. Es tiempo de dejar
Rusia para ir a dos países…
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