EL OLVIDO QUE SEREMOS
Para terminar el Mes del Padre, pasamos de la Inglaterra del siglo XV a la Medellín de la segunda mitad del siglo XX. De un hombre que busca que su hijo se tome en serio su rol a un hijo que quiere honrar a su padre fallecido. Esa trama pertenece a la novela El olvido que seremos del escritor medellinense Héctor Abad Faciolince. Esta novela hace parte del Reto de Lectura del año al ser un libro escrito por un autor de mi país.
El olvido que seremos se divide en 42 capítulos distribuidos en 13 partes. La novela
explora la relación del autor con su padre desde su más tierna infancia hasta
el día del asesinato de su padre. El título viene de un poema llamado Epitafio, que está atribuido a el
escritor argentino Jorge Luis Borges. De hecho, es el primer verso.
El protagonista de la novela es Héctor Abad Gómez, el padre del
autor. Nació en Jericó, Antioquia, pero se crío en Sevilla luego de que la
violencia bipartidista obligara a su familia a irse allí y posteriormente a
Medellín (su padre era liberal en una familia de tradición conservadora). Allí
estudió Medicina en la Universidad de Antioquia y luego se especializó en
Epidemiología en la Universidad de Minnesota. Además de médico, fue catedrático
y funcionario en algunas entidades como el Ministerio de Salud y el Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar1. Era una persona que se preocupaba
por el bienestar de los pobres, en particular porque tuvieran acceso a agua
potable y a leche pasteurizada, ya que de acuerdo con su visión «la
epidemiología ha salvado más vidas que todas las terapéuticas». Para él, el
acceso a agua y leche limpias eran la única forma de evitar las muertes prematuras e
infecciosas, las cuales eran pan de cada día en Medellín. Sin duda, Héctor Abad
Gómez era un hombre con un punto de vista ambicioso e idealista.
Sin embargo y como suele ocurrir, Abad Gómez encontró resistencia y/o
desidia entre varios sectores, entre ellos los ganaderos que consideraban la
pasteurización de la leche como una pérdida de dinero. Por todo ello las altas
esferas medellinenses no lo tenían en alta estima, considerándolo un marxista y
un rebelde. Esto lo llevó a irse de licencia varias veces fuera del país para
evitar el despido de la universidad.
Amante del arte, de la cultura, de la ciencia y de la filosofía, Héctor
Abad Gómez no creía en Dios, pero lo consideraba una entidad invisible y también
respetaba la figura de Jesús. Por ello, aceptaba las creencias religiosas de su
esposa y permitió que sus cinco hijos se educaran en colegios religiosos. Miembro
del Partido Liberal Colombiano, se definía a sí mismo como «cristiano en
religión, marxista en economía y liberal en política» (Abad Faciolince, p.
172). Su hijo lo describe como un hombre:
[…] de
grandes entusiasmos, de pasiones arrobadoras, pero no muy duraderas, quizá por
la misma intensidad que les dedicaba al principio, imposible de hacer que
perdurara durante más de dos o tres meses de furor (Abad Faciolince, p. 118).
Tal vez
mi papá era más puritano en la vida que en el pensamiento, es cierto, y quizá
un poco conservador a pesar suyo, tradicionalista en asuntos de moral familiar,
pero teóricamente muy liberal (Abad Faciolince, p. 138).
Héctor Abad Gómez se casó con Cecilia Faciolince, con la que tuvo seis hijos siendo el
autor el menor y el único varón. En general, el autor lo describe como un padre
cariñoso, atento y consentidor, aunque admite que de no ser por su madre, la
familia no hubiese tenido estabilidad económica pues las diferencias de su
padre con las directivas de la Universidad de Antioquia hacía que estuviera
fuera del país mucho tiempo y recibiese un sueldo no muy alto, por lo que era
su madre con su trabajo de administradora de edificios y escribiente de actas (que
nunca dejó a pesar de las conveniencias sociales) la que mantenía a flote el
hogar.
Sin embargo, lo que marcó el rumbo de su vida al punto de no
importarle esta en absoluto fue la prematura muerte de su hija Marta. Perder a
su hija de 16 años por un agresivo melanoma lo hizo entregarse aún más a sus
causas. Creó el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia junto
a varios colegas de la Universidad de Antioquia, a pesar de las amenazas a su
vida que le hacían hechas en una de las épocas más convulsivas de la historia
reciente de Colombia. A pesar de saber que muy posiblemente las balas lo
silenciarían, Héctor Abad Gómez estuvo siempre consciente de su destino y a él
se entregó, tal como lo deja claro una frase que le dijo a su colega del Comité
de Derechos Humanos y uno de los pocos sobrevivientes del grupo original,
Carlos Gaviria (sí, ese Carlos Gaviria): «Yo no quiero que me
maten, ni riesgos, pero tal vez ésa no sea la peor de las muertes; e incluso si
me matan, puede que sirva para algo» (Abad Faciolince, p. 230).
Un dato curioso es que desde la muerte de su hija Marta en 1972
hasta su propia muerte en 1987, Héctor Abad Gómez se dedicó en sus ratos libres
a la jardinería, cultivando unas rosas rosadas que solo daba a muy pocas
personas.
El autor, su hijo, siempre tuvo una buena relación con su padre. Al
ser los únicos hombres de la familia, tenían una relación fundamentada en la
complicidad y en el amor. Sin embargo, el autor siente culpa al sentir que no
amó lo suficiente a su padre como para persuadirlo de exiliarse junto a él como
terminó haciendo cuatro meses después tras el asesinato de su padre. Es algo
que le pesa y que siente que no puede olvidar, por lo que escribir la novela es
su manera de expiar su culpa.
La madre, Cecilia Faciolince de Abad, fue la esposa de Héctor Abad
Gómez. Luego de quedar huérfana de padre, fue criada con su tío, el obispo
de Medellín Joaquín García Benítez, al
cual ella siempre consideró como un padre. A pesar de venir de una familia
conservadora y de tradición eclesiástica al punto de tener dos tíos abuelos que
llegaron uno a obispo y otro a arzobispo, dos primos sacerdotes que hicieron
parte de la Teología de la Liberación (René García Lizarralde y Luis
Alejandro Currea, los cuales posteriormente dejaron el sacerdocio), otro primo
sacerdote pero más tradicionalista (Joaquín García Ordoñez) que
llegó a ser Obispo, y dos miembros destacados del Partido Conservador
Colombiano, ella se casó con un liberal. De acuerdo con el autor, ello se debía
a que su madre y la madre de su madre eran mujeres de personalidad liberal a
pesar de su religiosidad.
La
abuela y mi mamá siempre fueron, por temperamento, profundamente liberales,
tolerantes, avanzadas para la época, sin una brizna de mojigatería. Eran
alegres y vitales, partidarias del gozo antes de que nos coman los gusanos,
patialegres, coquetas, pero tenían que ocultar este espíritu dentro de ciertos
moldes externos de devoción católica y pacatería aparente (Abad Faciolince, p.
69).
Para que se hagan una idea de la manera de pensar de ambas mujeres,
la abuela materna del autor fue sufragista y se alegró cuando el voto femenino
fue aprobado en 1957 a pesar de que esto se hizo en la época de Gustavo Rojas
Pinilla, un militar, por lo que ello solo sería efectivo al año siguiente
cuando se convocaron elecciones.
En cuanto a su madre, ella era feminista en el sentido de que creía
que una mujer debía tener un negocio propio y trabajar, no solo quedarse en
casa. En efecto, durante toda su vida ella trabajó como administradora y
contadora, incluso en el momento en que se publicó el libro (2006)2.
Para el autor, su madre «en teoría decía ceñirse a las enseñanzas de la Santa
Madre Iglesia, pero en la práctica era incluso más abierta y liberal que mi
papá» (Abad Faciolince, p. 138).
Fue gracias a Cecilia que la familia pudo mantenerse a flote ya que
su esposo no ganaba tanto dinero y a menudo estaba fuera del país para evitar un
despido por parte de la universidad. Sin embargo, fue una mujer que amó a su
esposo de manera incondicional incluso en los momentos más difíciles como la
muerte de su hija y las amenazas de muerte a este. Cuando lo asesinan, ella tiene
la certeza de que alguno de los empresarios para los que ha servido como
administradora tiene que ver con el homicidio, al punto de hacerlo saber al
fundador y antiguo presidente de la ANDI, José Gutiérrez Gómez, más conocido
como «Don Guti».
«Ya dudo
de todos ustedes; no sé si he sido una infame y una ingenua administrando los
edificios de la gente más rica de Medellín. A mí me parece que entre ellos
están los que dieron la orden de que mataran a Héctor, aunque no lo digo por
usted, don Guti» (Abad Faciolince, p. 207).
Las cinco hermanas, Maryluz, Clara, Victoria «Vicky», Marta y Sol «Solbia»,
no son tan relevantes para la trama, excepto por los novios y los matrimonios
de las tres primeras, una de ellas casándose con un futuro ministro de Comercio
y del cual se divorció no mucho después y otra cuyo pretendiente terminó siendo
Presidente de Colombia. Sol, la hija menor, fue la única que siguió los pasos
de su padre en lo que respecta a medicina.
En cuanto a Marta, lo que le ocurre es un evento que partió en dos
la vida de la familia. Niña prodigio de la música, Marta comenzó a tocar el
violín a temprana edad y cuando entró a la adolescencia lo cambió por la voz y
la guitarra. Se convirtió en amante del rock y de figuras como Rolling Stones,
Cat Stevens, David Bowie, Carpenters, Elton John y Joan Manuel Serrat, llegando
a conformar un cuarteto llamado Ellas. De acuerdo con el autor, su hermana
Marta era la alegría del hogar, más amante de la lectura que él mismo, incluso
una excelente estudiante. Todo parecía presagiar que ella se convertiría en una
artista o tal vez escritora. Sin embargo, su vida se vio truncada por un
melanoma (cáncer de piel). Sus padres hicieron todo lo posible para salvarla,
llegando a vender un carro y la primera oficina que tuvo su madre para pagar el
tratamiento en los Estados Unidos. Pero después de un tratamiento experimental
infructuoso en Washington y de un desfile de médicos en Medellín que no podían
hacer nada por ella, ella falleció a los 16 años. Su muerte causó un gran dolor
en la familia pues, aunque logró reponerse, no volvió a ser la misma.
El olvido que seremos es un ejercicio de historia tanto familiar como política, ciencia,
arte y religión. La novela hace referencias a libros como La historia del arte de Erich Gombrich (del cual al autor le
gustaba la pintura La tempestad de Giorgione)
y El origen de la vida de Aleksandr
Oparin. Por supuesto, las referencias literarias nunca faltan. Entre ellas
destacan Guerra y paz de Lev Tolstói,
El ruiseñor y la rosa de Oscar Wilde,
poemas de Porfirio Barca Jacob, En busca
del tiempo perdido de Marcel Proust y Coplas
de don Jorge Manrique por la muerte de su padre de Jorge Manrique. En un
punto, Abad Faciolince referencia a Carta al padre de Franz Kafka (la cual reseñé hace siete años) al mencionar que
quería hacer un trabajo como dicha carta, pero a diferencia de Kafka él nunca le
tuvo miedo a su padre ni este lo hizo sentirse mal, por lo que solo haría un
texto opuesto al que Kafka plasmó.
Además, en la novela también se habla de acontecimientos
importantes en la historia de Colombia como La Violencia, el Frente Nacional y
la violencia generada por el narcotráfico que marcó la década de 1980. Todo
ello formó la mentalidad de Héctor Abad Gómez y su forma de luchar por las
causas más difíciles.
Asimismo, Abad Faciolince menciona a varios personajes de las altas
esferas y de la clase intelectual antioqueñas que con el tiempo se convertirían
en actores importantes en la vida política de Colombia. Ya mencioné a Carlos
Gaviria. En esas personas mencionan al crítico y periodista Alberto Aguirre (de
hecho, él y Carlos Gaviria son mencionados en la dedicatoria) y a un muchacho
bajito amante de los caballos que se peleó con los curas de su colegio por un
concurso de belleza, algo que lo llevó a ser expulsado de allí y terminar sus
estudios en otro a donde iban los que eran echados de los colegios privados de
más prestigio. Sobre decir que este muchacho se convirtió en Presidente de la
República y no diré nada más. Tampoco revelaré su nombre pero por las pistas
saben de quién hablo (De hecho, ese pasaje me resultó tan hilarante que creí
que era mentira. No lo es).
El olvido que seremos también hace una crítica a los sectores de poder como el Estado y
la Iglesia Católica que rechazan hacer inversiones sociales y hacer trabajo a
favor de la comunidad, respectivamente, pero al mismo tiempo se muestra
sorprendidos ante el aumento de la violencia desmedida de la cual son
parcialmente responsables. Todo ello demuestra una gran hipocresía de ambas
instituciones.
Si tuviera que decir algo es que si quieren una novela que presenta
un enfoque diferente sobre la historia de Colombia, es que este es una adecuada.
Si quieren una novela sobre cómo alguien quiere expresar su relación sobre su
difunto padre y lo que este representó para su vida, esta novela es para
ustedes. Es una novela que a mí me ha sorprendido bastante porque detrás
de una relación entre padre e hijo también está la historia de una familia que
logró sobrevivir ante las injusticias del estado y la de un país que se niega a
dejar en el olvido la lucha. Sí que la recomiendo.
Con esta lectura, termino el Mes del Padre. En este mes exploramos
a padres literarios que nadie desearía tener, un padre que desea que su hijo se
haga responsable de su rol y otro que ya no está y al cual su hijo quiere
honrar por medio de la escritura. Espero que las lecturas sean igual de
provechosas. Gracias y hasta luego.
BIBLIOGRAFÍA
Abad Faciolince, H. El olvido
que seremos.
NOTAS
1 Durante
su tiempo como Jefe de Enfermedades Transmisibles, fue impulsor del año rural
que todo médico graduado en Colombia debe realizar.
2 Cecilia Faciolince de Abad falleció el 7 de septiembre de 2021 a los 95 años.
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