LOS APARECIDOS


Para empezar con el Mes de la Madre, empiezo con el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, del cual presenté su obra más famosa el año pasado. La que presento hoy tiene por nombre original Gengangere y que a nuestro idioma se ha traducido como Espectros o Los Aparecidos. He preferido este último por ser más cercano a lo que Ibsen tenía en mente.
La protagonista es Helen Alving, una viuda que se ha encargado de construir un asilo en memoria de su esposo, un hombre de gran reputación en la ciudad donde vive. Pero lo que más le importa es su único hijo, Oswald, que acaba de regresar de París, en donde ha vivido desde pequeño y donde ha trabajado como pintor. Para abrir el asilo ha recurrido a su consejero espiritual, el pastor Manders, al cual no ha visto en mucho tiempo. Cuando se reencuentra con el pastor Manders, todos los oscuros secretos empiezan a salir a la luz.
Tiempo atrás, cuando ella tenía un año de casada, Helen abandonó a su esposo a causa de las infidelidades de este. Al no tener a quien recurrir, acude al pastor Manders, con quien se quedó a vivir durante un tiempo hasta que este le recordó la santidad del matrimonio y sus deberes como esposa. Para no seguir arriesgando su reputación y la del pastor, ella regresa con su marido y soporta sus infidelidades y su enfermedad final (sífilis), que acabaría matándolo cuando Oswald ya tenía diecisiete años. Sin embargo, para ese entonces Oswald no vivía con ellos, pues su progenitora lo había enviado lejos de casa para evitar que presenciara lo que ella consideraba la corrupción moral de su padre y que él terminara adquiriéndola.
Entre la muerte de su esposo y el regreso de su hijo, la señora Alving decide que su hijo no heredará nada de su padre ni siquiera dinero; así que emplea toda la fortuna de su esposo para construir el asilo. De esta forma ella cree que su hijo se ha librado de la sombra de su padre para siempre.
Sin embargo, librarse de la herencia paterna no sería tan fácil como ella creía. Pronto se entera de que el regreso de Oswald se debe a que está teniendo síntomas de la misma enfermedad que mató a su padre, lo que significa que nació con ella. Esto la abruma, más cuando Oswald le dice que está pagando por lo que hizo su padre, aunque no entiende por qué. Su madre se ve obligada a confesarle la verdad sobre su padre.
Para más horror, la señora Alving se entera de que Oswald y Regina, la joven hija del carpintero de la ciudad que se ha educado en la casa, empezaron a enamorarse. También se ve obligada a confesar el origen de Regina: su padre no es el carpintero, sino el señor Alving, que sedujo a una sirvienta, relación de la cual ella nació. Esta también es la razón por la que Oswald fue alejado de casa. La revelación es demasiado para Regina, que tampoco se quiere hacer cargo del enfermo Oswald para no desperdiciar su juventud, y se marcha.
Al fin quedan solos madre e hijo. Oswald le dice a su madre que decirle la verdad sobre Regina dañó el plan que tenía con ella: ella debía practicarle la eutanasia con polvos de morfina cuando sufriera un segundo ataque sifilítico, puesto que ya había tenido uno y el médico que lo diagnosticó le advirtió que otro ataque dañaría su cerebro para siempre y lo dejaría en estado vegetativo. Por supuesto, él no quería que su madre sufriera y ser una carga para ella. Le dice a su madre que ahora será ella la que le practique la eutanasia. En la última escena la señora Alving contempla el amanecer y así se lo dice a Oswald, pero en ese momento él acaba de sufrir el temido segundo ataque, siendo únicamente capaz de decir “¡El sol!”. El final queda abierto pues la señora Alving se debate entre darle la eutanasia a su hijo o no.
Los aparecidos podría considerarse como la respuesta a las fuertes críticas que Henrik Ibsen tuvo que soportar cuando publicó y estrenó Casa de muñecas. Obviamente esta obra, que tiene un corte naturalista y por lo tanto, es más cruda, tuvo revisiones aún más duras, pues trata temas como la herencia que nos dejan nuestros progenitores lo que incluye la salud, la infidelidad, el incesto y la eutanasia.
Se puede ver que la protagonista es el polo opuesto de Nora Helmer. Mientras Nora se va de su hogar, dejando de lado sus deberes de esposa y madre, Helen Alving se ve obligada a volver a esos mismos deberes para preservar su reputación y como ella misma dice, la de alguien más, en este caso, el pastor Manders, que conoce toda la problemática de la familia. De este modo la señora Alving se ve obligada a soportar durante diecinueve años las infidelidades y la enfermedad de su marido, aunque prometiéndose a si misma que su hijo no se contaminaría con ese ambiente, así que lo envía fuera de Noruega.
Sin embargo, hay algo más entre ella y el pastor Manders. El tono a veces familiar con el que se hablan la señora Alving y el pastor Manders sugiere que entre los dos hubo un romance mientras ella estuvo en su casa. Esto plantearía dudas sobre la paternidad de Oswald, cuando en el primer acto, la señora Alving dice que su boca parece la de un clérigo, una posible referencia al pastor Manders, aunque puede que ella también lo haya dicho para hacerle entender a su hijo que no había heredado nada de él.
En cuanto a Regina, parece que la señora Alving aceptó que la joven se criara con ellos siempre y cuando se le ocultara la verdad sobre su origen. Esto tiene sus consecuencias cuando Regina y Oswald se vuelve más cercanos al punto de un noviazgo e incluso ella está aprendiendo francés para poder irse a París con Oswald puesto que desea una vida diferente a la que tiene en Noruega. Para la señora Alving, la idea es aterradora y se ve obligada a confesar la verdad, con el consiguiente alejamiento de Regina, algo que termina lamentando, pues es probable que esté condenada a sufrir la misma enfermedad que el señor Alving, su padre biológico, y Oswald.
Todo esto demuestra la misma crítica que Ibsen ya había hecho con Casa de muñecas: no puede ocurrir nada bueno al mantener un matrimonio sólo por apariencias. La única diferencia es que Los aparecidos tiene un estilo naturalista que dicta que estamos destinados a heredar todo de nuestros ancestros y eso incluye sus vicios y sus defectos. Ibsen mantendría este estilo en sus obras posteriores.
Para mí, un aparecido en la obra es el ancestro más cercano que le deja su herencia a su descendencia, en este caso, el señor Alving. Aunque el señor Alving lleve muerto unos diez años, de alguna forma está presente en forma de herencia, es decir, la enfermedad que le transmitió a su hijo. Incluso su nombre es una mancha en cualquier lugar pues el asilo en su nombre se incendia. Todo esto simboliza que su herencia no económica sino física y moral es la que termina por definir a sus descendientes Oswald y Regina.
Al final se puede decir que aunque siempre quiso proteger a su único hijo de los vicios de su padre, Helen Alving no se dio cuenta que la herencia moral y económica no era las únicas de las que debía cuidarlo sino la simbólica y física que aquí era imposible de alejar. Ahora es el momento hora de dejar Escandinavia…

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